En su secreto laboratorio técnico, Gabriela Di Giuseppe borda un tejido laxo y denso a la vez, una epidermis en fuga de sutiles suturas de imágenes que ella manipula con delicadeza de miniaturista, extremadamente alerta y completamente a salvo de la fascinación con la abismal acumulación icónica que a veces imponen los recursos digitales de catálogo.
GDG borra las pistas que deja la pericia del oficio trabajando como si estuviera descubriendo en cada momento sus herramientas y cualidades, y así de límpido se asoma el cuerpo de su escena, hecho de capas, contigüidades, superposiciones y transparencias; con sus leves fundidos, disimulados contactos y minúsculos contrapuntos fragmentarios de motivos, colores, espacios y texturas, logra que convivan bajo una única respiración la vinculación semántica de los segmentos alusivo- narrativos y su autonomía.
El material con que GDG urde sus collages incorpóreos parece provenir de una caja conjetural de souvenirs, a mitad de camino entre la invención y el archivo, que puede incluir desde el objet trouvé –que ella, en su natural reserva, cuidará que nunca tenga una sonoridad excesiva– hasta la cita retro, que aquí será más una confesión de apego sentimental que un guiño irónico.
Entre el recuerdo íntimo y su simulacro, entre la insinuación de un mundo propio y su reflejo de resonancias compartidas, entre la esmerada amalgama de elementos heterogéneos y la pura homogeneidad del campo visual, GDG monta un álbum de pequeños relatos indecisos, impregnados de una sugestión que apenas susurra en su plenitud discreta.
Eduardo Stupia |